A principios de la década del ´90, época de fortalecimiento de las políticas “neoliberales”, se produjeron el cese masivo del servicio ferroviario en casi todo el país y la privatización de los ferrocarriles nacionales.
En el mes de mayo de 1993 el mismo Estado Argentino comenzaba la tarea de remate los trenes, y la empresa estatal Ferrocarriles Argentinos, con el sofisma de prescindir de aquellos servicios que resultaran deficitarios o “no rentables”, comenzó a eliminar los servicios de pasajeros y de carga en múltiples regiones de la Argentina. Dentro de la provincia de San Luis, tanto la ciudad de San Luis como la de Villa Mercedes, y tantos otros pueblos medianos y pequeños experimentaron la finalización total de la actividad férrea.
En agosto de 1993, y luego de un extenso proceso licitatorio que duró más de dos años, el Estado Argentino transfirió al consorcio liderado por el empresario Enrique Pescarmona los derechos de explotación del servicio de carga sobre todos los ramales que conformaban el ex Ferrocarril General San Martín. En nuestra provincia solo continuó funcionando (y de manera reducida) el servicio de carga del ramal Justo Daract- Beazley- La Paz (Mendoza).  

Hacia mediados del año 1999 Enrique Pescarmona (el mayor societario de la "B.A.P.") vendió su paquete accionario a la empresa brasileña "A.L.L." ("América Latina Logística"). Desde ese momento, y hasta la actualidad, la "A.L.L." es la que se encarga de la explotación de los ramales que adquirió la empresa "B.A.P.".

Erika, joven hija de trabajador del FF.CC., y que en la actualidad vive en una de las casas ferroviarias cercanas a la Estación, nos ofrece la visión de esos que nunca ganaron con las “reformas estructurales” del decenio neoliberal noventista:  

“…Una pena tremenda. Era, era tremendo… ver que tu papá perdió el trabajo (…) Mi mamá diciendo ‘Uh!... ¿y ahora?, ¿qué va a pasar con las casas?, ¿nos irán a sacar?; No… quizás el año que vienen abre’. Y juntar… ver a mi mamá juntando… los recibos de sueldo, ¿viste?, para ver el tema de las casas (…) Cuando dejó de pasar el tren fue tremendo para nosotros. (…) En principio fue sorprendente, sorprendente para todos. Porque imaginate, todos en la cuadra se habían quedado sin trabajo, y el miedo más grande era perder las casas y adónde nos íbamos a ir a vivir todos. (…) Nosotros creíamos, estábamos confiadísimos en que el ferrocarril volvía en dos años, o en más. Pero fue re triste para muchos, y más para la gente que tenía, no se, más de treinta años laburando en el ferrocarril. (…) El señor de acá atrás vivía viajando, arreglando las vías, que siempre fue su trabajo (…) y  dejar de hacer todo esto, es como que se te terminara tu vida, por lo menos para los más grandes. (…) Es como que no podía concebir el hecho de que el ferrocarril había cerrado. Mucha gente se quedó mal, triste. El señor de acá atrás, por ejemplo, no trabaja en ningún lado; los chicos de la esquina tampoco; Anselmo, que es el señor de acá a la vuelta, también pasó un momento económico así, medio feo; nosotros también. Mi viejo cuando cerró el ferrocarril dijo ‘¡¿qué hago?!, ¡¿qué hago?!’. (…) Y de repente te cerraron el ferrocarril y te cortaron las patas. Realmente uno mantiene la esperanza, pero ya después decís ‘No, a empezar de nuevo’…”